El dolor es una herramienta que tiene el cuerpo para avisarnos de que algo va mal en la zona donde se sufre. De esta manera, al cortarnos, por ejemplo, el dolor nos avisa de que hay una herida ahí que debemos proceder a desinfectar y curar rápidamente. Si no sintiésemos esa molesta sensación quizás ni siquiera lo notaríamos y por lo tanto la posibilidad de contraer una infección iría en aumento de tal modo que al final el daño podría tener consecuencias más serias.
Así el dolor, en este caso concreto, es siempre un mal menor comparado con el daño posible de no existir este aviso. Ahora bien, actualmente, el número de personas que padecen dolor es cada vez más elevado, sobretodo en ciudades industrializadas donde el ritmo de vida, las prisas, el desasosiego, y otros factores en los que ahora no vamos a entrar pero que son de sobra conocidos por todos, han provocado una mayor incidencia de patologías que cursan con dolor y de las que se ignoran las causas. Fibromialgia, lumbalgia, dolor dorsal, cefaleas, migrañas, reumatismos y un largo sin fin de problemas semejantes es el pan nuestro de cada día. Cuando se produce una herida o golpe, un dolor agudo nos avisa al momento de lo ocurrido y de paso nos alerta para proceder a realizar los cuidados pertinentes. En los casos enunciados anteriormente, el dolor está cronificado, tratándose más bien de un dolor que va de leve a moderado (en algunos casos concretos con picos de gran intensidad) pero que permanece en el tiempo, volviéndose casi constante y provocando, consecuentemente, una bajada del estado de ánimo que puede conllevar entre otras cosas depresión y ansiedad. La ansiedad y el dolor forman un círculo vicioso: la sensación de dolor provoca un aumento del nivel de estrés, el cual, a su vez, nos agarrota más comprimiendo así las terminaciones nerviosas y, por lo tanto, aumentado la intensidad del dolor. Es decir, nuestras emociones juegan un papel fundamental en el control y percepción del dolor. Y es aquí donde la psicología cuenta con herramientas útiles que nos pueden ayudar interviniendo en las diferentes áreas donde se manifiesta el problema, cuales son, entre otras, las siguientes:
Así el dolor, en este caso concreto, es siempre un mal menor comparado con el daño posible de no existir este aviso. Ahora bien, actualmente, el número de personas que padecen dolor es cada vez más elevado, sobretodo en ciudades industrializadas donde el ritmo de vida, las prisas, el desasosiego, y otros factores en los que ahora no vamos a entrar pero que son de sobra conocidos por todos, han provocado una mayor incidencia de patologías que cursan con dolor y de las que se ignoran las causas. Fibromialgia, lumbalgia, dolor dorsal, cefaleas, migrañas, reumatismos y un largo sin fin de problemas semejantes es el pan nuestro de cada día. Cuando se produce una herida o golpe, un dolor agudo nos avisa al momento de lo ocurrido y de paso nos alerta para proceder a realizar los cuidados pertinentes. En los casos enunciados anteriormente, el dolor está cronificado, tratándose más bien de un dolor que va de leve a moderado (en algunos casos concretos con picos de gran intensidad) pero que permanece en el tiempo, volviéndose casi constante y provocando, consecuentemente, una bajada del estado de ánimo que puede conllevar entre otras cosas depresión y ansiedad. La ansiedad y el dolor forman un círculo vicioso: la sensación de dolor provoca un aumento del nivel de estrés, el cual, a su vez, nos agarrota más comprimiendo así las terminaciones nerviosas y, por lo tanto, aumentado la intensidad del dolor. Es decir, nuestras emociones juegan un papel fundamental en el control y percepción del dolor. Y es aquí donde la psicología cuenta con herramientas útiles que nos pueden ayudar interviniendo en las diferentes áreas donde se manifiesta el problema, cuales son, entre otras, las siguientes:
- EFT y TFT: actuando directamente sobre el aspecto emocional del dolor, el estres que origina y la ansiedad subyacente, de forma rápida, eficaz y duradera.
- Entrenando en técnicas de relajación que ayudan a eliminar la tensión muscular. Por lo comentado anteriormente, es evidente que si disminuimos la presión muscular sobre las terminaciones nerviosas contribuiremos a que el grado de dolor percibido sea menor.
- Técnicas de reestructuración cognitiva, que intervienen sobre los pensamientos que se presentan en este tipo de problemas, ajustándolos a la realidad objetiva y por lo tanto favoreciendo un aumento y mejora del estado de ánimo que posibilite la realización de actividades más placenteras dependiendo de cada caso concreto.
- Técnicas de hipnosis y autohipnosis. Favorecen una rápida disminución del grado de percepción del dolor siempre y cuando se utilicen no de forma aislada sino dentro de un conjunto de medidas que intervengan en las diferentes áreas del problema. Incluso, en algunos casos, y en estrecha colaboración con el médico, permitiendo que la dependencia de fármacos analgésicos sea menor y por lo tanto la libertad de movimientos y calidad de vida aumente.
Por lo general, el efecto es muy positivo y duradero ya que no se busca que se experimente sólo en la consulta sino también fuera de ella, intentado que se generalice a la vida cotidiana de cada uno.
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