jueves, 14 de enero de 2010

Conocerse uno mismo


Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país. Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz.

Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento.

Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción.

Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre.

Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.

FIN


Todos buscamos siempre algo que nos colme, algo perdido, una suerte de anhelo que nos impele hacia el exterior, nuestra casa, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro continente, nuestra tierra, nuestro universo.
Inventamos microscopios potentísimos para bucear en la profundidad de lo pequeño y los acompañamos de telescopios igual de poderosos para navegar en lo inconmesurable, pero ello no hace sino provocar frustración y desasosiego porque cada vez aparece algo más pequeño y al mismo tiempo algo más lejano.
Sin embargo, desde siempre la frase "conócete a ti mismo" ha presidido los lugares donde se buscaba de otra forma, indicando clarísimamente tanto la dirección de búsqueda como su objeto.
Pero esta búsqueda interior, propia, personal e intransferible puede desilusionar a quien, ávido de encontrar, no disfrute del viaje en sí, ya que, al igual que el niño del cuento, se va mostrando poco a poco, produciendo pequeñas alegrías pero que al ser nuestras cambian su tamaño para convertirse, al ojo de quien sabe verlas, en felicidades inenarrables.
Si no abandonamos y continuamos encontrando nuevos datos, llegaremos a vernos cara a cara, paso previo para poder aceptarnos, requisito imprescindible para comenzar defintivamente el único viaje que merece la pena.
¿Te atreves?

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